lunes, 25 de marzo de 2019

Retiro Cuaresma – San Pedro de Cardeña (22 – 24 de marzo de 2019)




Un fin de semana en San Pedro de Cardeña es a la vez sumergirse en un cuadro de Zurbarán y deslizarse por un reloj de arena. La delicadeza de un monje joven guiando al anciano por los desangelados corredores, la salve a la Virgen que nos arropa con su manto en Completas, la cadencia de la música enredada en las plegarias y la buena mesa, por qué no, y la sana conversación.
También es, no hay que olvidarlo, convivir con la historia y la leyenda. El relincho de Babieca, el llanto de la mujer y las hijas del Cid mientas escuchan los cascos de los caballos que parten hacia el destierro. El metal de las lanzas que entrechocan, alguna esquila, la omnipresente campana.
Pero hay más, y es lo que realmente importa. La bienvenida del salmo que habla al corazón. Que nos asegura, por experiencia propia, que de Dios nadie se esconde. Que nos mira, nos mima, nos ama. Que aunque caminemos por el filo de la aurora, Él pone a cada lado una mano para que ni nos caigamos a las tinieblas de la noche, ni nos deslumbre el sol del amanecer.
Y un personaje antiguo y nuevo que se cuela en nuestra sala de reuniones. Ya no somos doce. Alguien ha venido a sumarse desde una Biblia escrita en caracteres árabes y custodiada por una cruz copta. Es Jonás. El que emprende el camino contrario a Dios, el que paga por la huida, el que duerme en la panza del barco y más tarde en la de la ballena. Jonás confundido, atontando, cubierto por la arena de la playa donde lo vomita la ballena, pero con una misión clara, valiente, arriesgada. Y va a Nínive y allí la primera sorpresa: el pueblo opresor que escucha al pequeño extranjero, al enemigo. Y lo descubren portador de un mensaje de Dios. Un plazo (nuestro plazo para la conversión, que apremia), unos propósitos. La solidaridad de un pueblo concretada en la conciencia colectiva de que las faltas de uno tienen consecuencias en la vida del otro, y en la Creación misma.
La segunda sorpresa: Jonás descubre la mirada misericordiosa de Dios sobre el pueblo que es su enemigo. La rabia se le pega a las vísceras y prefiere la muerte a asumir que la clemencia de Dios acaricia al que se convierte. Un Dios que es amor, que da una segunda oportunidad, una tercera, y así hasta ese margen de la aurora.
Jonás que teje una choza de rencor y reproches. El ricino que Dios hace crecer y que al poco tiempo hace marchitar como un padre que reprende, que educa, que corrige con cariño al niño cegado por el capricho.
La pregunta abierta que nos lleva al hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Y esa certeza, la que llevamos en el corazón desde el Bautismo: que Dios nos tiene paciencia, que nos espera y nos hace una fiesta cada vez que regresamos a su mesa.
El portón del capó se cierra. Tintinean las botellas de cerveza como las espuelas del Cid que pone al galope a Babieca. Los marineros del barco de Jonás brindan en la cubierta. Doce compañeros se despiden satisfechos por tanto bien compartido. Se emplazan para otras ocasiones, sienten la pena de la despedida, pero parten contentos.
En el retrovisor la choza de Jonás abandonada y un monje que da la vuelta al reloj de arena.


(Gracias, siempre, a la generosidad y la entrega del Padre Raúl y el Padre Gaspar)




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