lunes, 28 de noviembre de 2016

Del miedo a la alabanza

Del miedo a la alabanza
Lc 2, 1-20

El ángel que anuncia la buena noticia contacta con cada uno de nosotros. Se cuela en lo cotidiano, nos sorprende en diferentes circunstancias y en un momento vital concreto. Y cada uno se pondrá, o no, en camino a Belén. Eso es el Adviento. Esa fue la experiencia que vivieron unos pastores. Eso mismo vivió el pastor Esaú en la noche del nacimiento de Dios. Tú lo vivirás a tu manera. Te encaminarás hacia el portal con miedo, o con alegría, o con esperanza… ¿quieres saber cómo lo vivió Esaú?

Arrodillado sobre la paja, Esaú ya no siente miedo. Una alegría inmensa llena su corazón. Una paz que nunca recuerda haber sentido. No puede dejar de mirar a un niño que encandila a todos, entre pucheros y balbuceos. La madre es muy joven, más o menos de la edad de Esaú, y está exhausta, pero no aparta ni un segundo su mirada del pequeño. El padre, unos años mayor, contempla a su familia con ternura, y procura la comodidad tanto de la madre como del niño. Esaú no sabe muy bien qué hacer. Ve a los otros pastores, rudos y malencarados, llorar de emoción, y se siente profundamente conmovido. Ha llevado consigo a un cordero recién nacido que se revuelve tratando de escapar. Lo pone, como ofrenda, a los pies del niño, mientras recuerda cómo comenzó esa noche que, ahora lo sabe, no es una noche más.

Hace tan sólo unas horas Esaú observaba cómo sus compañeros dormían tendidos en el suelo. Cubiertos con mantas de lana de oveja roncaban junto a la hoguera. Él es el más joven, con apenas quince años, y se siente algo inquieto. De vez en cuando mira al cielo, negro como los ojos de Raquel, que le tienen fascinado. Para apartarla de sus pensamientos coge un trozo de madera y comienza a tallar un animalito para su hermano Daniel. Echa de menos a su familia, no le gusta vivir así, a la intemperie. Tampoco le gustan los otros pastores, y eso que son los antiguos compañeros de su difunto padre. Pero son malhablados y mentirosos, de poco fiar. No le extraña que en los pueblos por donde pasan los rehúyan. Los ven casi como a salteadores de caminos. No se siente parte del grupo, y aunque es el único oficio que conoce, tampoco le apasiona.

Sus pensamientos vuelven a enredarse en los ojos de Raquel, cuando las llamas de la hoguera son azotadas por una ráfaga de viento. Esaú observa que los olivos no se mueven, tampoco su pelo… no hace viento… en cambio las llamas oscilan como si hubiera una brisa a ras de suelo. De entre el fuego surge una figura. Siente un miedo atroz y su instinto le hace zarandear a los dos hombres que reposan junto a él. Todos los pastores van despertando, uno a uno. Todos aturdidos, muertos de miedo. No entienden qué sucede. Luz y viento confluyen en la figura de un ángel.

"No temáis, pues os anuncio una alegría, que lo será también para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador".

Y habla de un niño acostado en un pesebre. Pero qué locura es ésta, un niño no nace en un establo. Les alienta a ir a visitar al recién nacido, mientras otros ángeles cantan, dan gloria a Dios y les desean paz a la vez que ascienden al cielo.

Ni Esaú ni la docena de pastores que presencian la escena comprenden qué pasa. Todos a una se ponen en camino hacia Belén. A esas horas las calles están desiertas, pero ven luz en la posada. Allí preguntan por un recién nacido. El posadero, atónito, les dice que ha oído gritos de una mujer procedentes de un establo, que tal vez allí está una joven embarazada que unas horas antes pasó por la posada, y que parecía apurada. Los pastores se miran: establo, pesebre… eso ha dicho el ángel. Hacia allá se encaminan. Esaú el primero. La ansiedad puede más que el temor.

Y ahora permanece arrodillado mirando al pequeño. No quiere que pase ese momento. El momento que tras el Adviento todos vivimos contemplando al Niño. Renovando esperanzas, acallando los mismos miedos que sintieron los pastores. Nuestro corazón dejándose inundar por los primeros latidos del corazón de un Niño pobre que nace lejos de un hogar. Los primeros latidos del corazón de Jesús.


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